sábado, 10 de enero de 2009

Una nueva adopción. “ Alba viene a casa ”



Hacía ya varios días que Mari-Lú notaba que “algo raro” pasaba en casa.
Sus padres iban y venían, entraban y salían, hablaban con cierto tono de nerviosismo y procuraban que ella no estuviera delante cuando lo hacían.
Pero un día, nuestra amiga, cansada de tanto misterio, se colocó delante de su mamá y le preguntó:
- ¿Se puede saber qué ocurre? ¿Por qué habláis bajito cuando me acerco y por qué estáis tan ocupados últimamente?
Su madre, un poco sorprendida por la reacción de su hija, le prometió que le contarían todo cuando llegara papá a la hora de comer.
Y, efectivamente, cuando llegó el momento y se encontraban los tres juntos sentados alrededor de la mesa, su papá le dio la ¡gran noticia!
Con un gesto un poquito más serio de lo normal, le dijo:
- Mari- Lú, hija, hay algo muy importante que queremos decirte. Sabes que hace ya algunos años, mamá y yo fuimos a buscarte a un país muy, muy lejos de aquí porque queríamos tener una preciosa hija como tú. Así lo hicimos y, desde entonces, hemos sido muy felices los tres. Ahora, mamá y yo hemos decidido que ha llegado el momento de volver a ese lugar, a “La Casa de las Princesas Preciosas”, donde tú creciste los primeros años de tu vida, y recoger a otra pequeña niñita, que será nuestra nueva hija y que también será tu hermana.
Mari-Lú, con unos ojos abiertos como platos, se quedó mirando fijamente a sus padres sin saber qué decir, solamente, con una voz entrecortada y nerviosa, exclamó:
- ¿Una hermana? y ¿para qué quiero yo una hermana?
Las lágrimas asomaron a sus rasgados ojos y, pegando un salto de la silla, salió corriendo hacia su habitación.
Tendida en la cama, escondió su pequeña cabecita debajo de la almohada y allí lloró “a moco tendido”.
Poco a poco se fue quedando dormida. Volvió a soñar, como lo había hecho en otras ocasiones, con los preciosos jardines por los que correteaba cuando era pequeñina, antes de que papá y mamá fueran a buscarla. Pero esta vez una pequeña niña estaba a su lado, cogida de su mano y mirándola con expresión cariñosa.
Sintió que la abrazaban. Se despertó y vio a su mamá junto a ella, sentada en el borde de la cama, acariciándole la espalda. Mari-Lú se volvió y la abrazó muy, muy fuerte.
- ¿Seguiréis queriéndome?, preguntó susurrando.
- ¡Claro que sí! contestó su mamá. Tú seguirás siendo siempre, pase lo que pase, nuestra querida hija. Nada cambiará entre nosotros, sólo que nuestro cariño será mucho más grande, para poder cuidaros y que os sintáis queridas y protegidas.
Las dos siguieron abrazadas y así estuvieron un buen rato.
Pasaron los días y no volvieron a hablar del tema, hasta que una tarde, al volver del cole, sus papás la tomaron en brazos, la sentaron junto a ellos y le mostraron la foto de una niñita con carita redonda y mofletes sonrosados que los miraba sonriendo.
- Ésta es Alba, nuestra nueva hija, dijo su padre.
- ¿Es también mi hermana?, preguntó Mari-Lú.
- Sí, pequeña, dijo mamá, es nuestra hija y, por lo tanto, tu hermana. Nos han enviado esta foto para que la conozcamos, pero pronto iremos a recogerla.
Mari-Lú tomó la foto entre sus manos, la miró, la remiró y luego, sin decir nada, la volvió a soltar encima de la mesa. Se dirigió hacia su habitación y allí se quedó un buen rato.
Los días siguientes fueron de un gran trasiego. Los preparativos del viaje hacían que todos estuvieran nerviosos y ocupados todo el día. Había que preparar la habitación, hacer las compras y reservar el viaje.
En medio de todo este lío a Mari-Lú se le ocurrió una idea. Decidió romper su hucha y con el dinero que tenía comprar un pequeño regalo para Alba.
Le pidió a su mamá que la acompañara a la tienda y, después de mucho mirar, se decidió por una pequeña marioneta de tela, con carita de payasete de cuyas orejas colgaban dos cascabeles. Madre e hija quedaron encantadas con el juguetillo y volvieron a casa para guardarlo en la mochilita que Mari-Lú llevaría al viaje.
¡Y, por fin llegó el gran día!
Se levantaron muy temprano. Llegaron al aeropuerto cargados de maletas. Y, cuando Mari-Lú vio el inmenso avión en el que iban a viajar, un escalofrío de emoción le recorrió todo el cuerpo, se le pusieron hasta los pelos de punta.
- Mamá, ¿en un avión como ese vine yo cuando era pequeña?, preguntó un poco asustada.
- Sí, preciosa, papá y yo te trajimos en un avión como éste y, ahora, iremos los tres a recoger a Alba para traerla volando, volando con nosotros a casa.
Durante el largo viaje, Mari-Lú jugó, comió, coloreó, vio una “peli” de dibujos y, por fin, se durmió.
- ¡Despierta, hija!, le susurró su mamá, ¡hemos llegado!
Al abrir los ojos todo le parecía extraño. No sabía donde estaba. Sólo notaba cómo la llevaban de un lugar para otro. La subían en un coche, la bajaban, la subían en otro, la volvían a bajar, la volvían a subir... Pero, cuando estaba a punto de gritar, cansada de tantos viajes miró por la ventanilla y algo extraño ocurrió. No podía apartar la mirada de aquello que estaba viendo:
¡Ella conocía aquel lugar!
¡Ella había estado allí antes!
¡Aquella era la casa de “Las Princesas Preciosas”!
Su madre, que había estado observándola, le confirmó lo que ella sospechaba. Efectivamente, aquel había sido su primer hogar.
Cuando los tres descendieron del coche que los había llevado hasta allí, observaron que una cuidadora, vestida toda de blanco, los estaba esperando a la entrada del jardín. Se dirigieron a su encuentro y, tras un breve saludo, los condujo a través de largos pasillos hasta llegar una inmensa habitación, alegre y luminosa, donde un grupito de niñas jugaban sentadas en una mullida alfombra de colores.
- Ésta es vuestra hija, indicó la cuidadora tomando en brazos a una de las niñas más pequeñitas del grupo.
- Su nombre es Alba, porque nació con las primeras luces del amanecer.
Una emoción indescriptible se reflejó en los ojos de los padres de Mari-Lú.
Aquella pequeñina de carita redonda y mofletes sonrosados, que tantas veces habían mirado y remirado en la foto, estaba allí, delante de ellos y se morían de ganas de abrazarla.
Pero parecía que la niña no pensaba igual. Nada más verlos comenzó a llorar desesperadamente. Agarrada al cuello de su cuidadora, no había forma de acercarse a ella. Lo intentaron de mil formas y maneras, pero Alba no dejaba de llorar.
De pronto, Mari-Lú, que observaba aquella escena un tanto sorprendida, rebuscó en la mochilita que llevaba en su espalda, sacó la pequeña marioneta de trapo, se la enfundó en sus pequeños dedos y comenzó a moverlos rápidamente.
El ruidito de los cascabeles resonó alegremente en la habitación, mezclado con el llanto de la pequeña. En un instante, como por arte de magia, la niña dejó de llorar. Aquella carita, llena de lágrimas y mocos, se volvió curiosa hacia Mari-Lú, buscando de dónde procedía aquel tintineo. Ésta le mostró la marioneta, la hizo sonar de nuevo y, sorprendentemente, la carita de la pequeñina se iluminó con una sonrisa.
Alba quiso bajar al suelo y, con pasitos indecisos, se fue acercando al pequeño juguete que Mari-Lú tenía en sus manos. Cuando por fin logró hacer sonar los cascabeles, la sonrisa se convirtió en carcajada, primero una vez y luego otra y luego otra... y así hasta que consiguió que todos a su alrededor hicieran lo mismo.
Mari-Lú colocó el payasete de trapo en los deditos de Alba. Y así, con una mano ocupada en mover los cascabeles y la otra agarradita a la de su hermana, las dos caminaron, pasito a pasito, hasta el precioso jardín que había a la entrada de la gran casa. Allí, sentaditas en el césped, jugando y riendo, esperaron a que papá y mamá terminaran de arreglarlo todo.
Permanecieron juntas durante toda la tarde. Aquella noche durmieron juntas, en la misma cama, agarraditas a la marioneta de trapo.
Y, cuando pasados unos días, papá y mamá decidieron que había llegado la hora de volver a casa, Alba y Mari-Lú ya se habían hecho inseparables.
¡Ah! y aquella pequeña marioneta, con cara de payasete y cascabeles en las orejas, siguió siendo durante mucho, mucho tiempo, su juguete preferido.