miércoles, 17 de junio de 2015

Comienza una nueva vida...


Los primeros rayos de sol iluminaron la carita que asomaba dormida entre las mantas arrulladas.
Una cesta pequeña apenas se distinguía entre los grandes escalones que llevaban a la entrada de un edificio frío y destartalado. Unos pasos se acercaron y pararon en seco.
Al ver a la pequeña criatura acurrucadita, dormida, ajena al momento trascendente que estaba viviendo, la cuidadora la recogió con cariño y susurró en voz baja “ no temas pequeña...”
Dentro del orfanato decenas de cunitas acogían a los pequeños bebés de dos en dos, parecía que de este modo la soledad de las ausencias sería más leve...
Al otro lado de la calle, una mujer destrozada por el dolor lloraba desconsolada, no podía hacer otra cosa...

martes, 16 de junio de 2015

Gordita y Malanda


Hace muchos, muchos años, en un país muy lejano, había una región cubierta de grandes lagos y de verdes bosques, donde cada dos por tres había un castillo y en cada castillo vivía un príncipe o una princesa.

        Yo os voy a contar lo que le ocurrió a dos de estas princesas:
 Una de ellas, había nacido en primavera. Era rubia, simpática y sonrosada. Le pusieron de nombre Belinda; pero como nació muy rolliza y además le gustaba mucho comer, todos la llamaban cariñosamente  Gordita.
 La otra princesa había nacido un día oscuro y triste de invierno. Desde que nació no paraba de llorar y nunca quería comer, siempre estaba triste. Le pusieron de nombre Miranda, pero como era muy torpe al andar y siempre estaba tropezando y cayendo, la llamaban A Malanda.
Gordita y Malanda vivían muy cerca una de la otra, pero nunca se habían visto, mejor dicho, Gordita no conocía a Malanda, pero ésta sí conocía a Gordita, ya que cada tarde se asomaba a la ventana del torreón más alto del castillo para ver cómo su vecina jugaba, comía y se divertía con los demás niños que vivían por allí.
Malanda nunca quería bajar a jugar. Comía tan poco que casi nunca tenía fuerzas para correr y, además, siempre se caía al suelo cuando lo  intentaba. Tenía miedo de que los demás niños y niñas, príncipes y princesas se rieran de ella; por eso, se pasaba las tardes enteras asomada a la ventana, pero sin querer salir a jugar. Sólo le gustaba tocar el piano y, en realidad, lo hacía muy bien.
Mientras Gordita crecía alegre y juguetona, Malanda crecía triste y solitaria... y esto es importante tenerlo en cuenta para comprender lo que ocurrió después.

Cuando Gordita cumplió 12 años, sus padres dieron una gran fiesta e invitaron a todos los niños y niñas del lugar, incluida Malanda. Pero, como era de esperar, ésta no se presentó. La estuvieron esperando durante toda la tarde, incluso le guardaron un trozo de pastel de tarta y algunos regalos con sorpresa, pero al final, al ver que no llegaba, decidieron repartírselos entre ellos.
  Desde su alto torreón, la triste princesa, oía las risas y los cantos de la fiesta y ésto la puso todavía más triste. Se miró al espejo, ella tenía 11 años y lo que vio fue una niña delgadita y larguirucha.  Además, como nunca le daba el sol, tenía una piel descolorida y pálida. Ella creía que era muy fea y pensaba que era mejor mantenerse oculta.
Al año siguiente, cuando Malanda cumplió 12 años, sus padres, que estaban muy preocupados por ella, decidieron hacer una fiesta con todos los niños y niñas del lugar, para ver si su hija se alegraba. Hicieron invitaciones que repartieron por todo el lugar, adornaron el salón más grande del castillo, contrataron a músicos e incluso a una pareja de Asaltimbanquis@ para amenizar la fiesta... , en fin, todo estaba preparado a la perfección.
Todos los príncipes y las princesas, incluida Gordita, se sorprendieron mucho por la invitación, ya que ninguno conocía a esta princesa. Pero decidieron ir todos a conocerla y a llevarle cada uno un pequeño regalo. Gordita hizo unos pastelillos de chocolate, vainilla, fresa y crema, que estaban deliciosos. Todo el que los probaba, repetía. Otro niño le compró un lazo; otra niña unos pendientes; otro, una preciosa bufanda...

Cuando llegaron al lugar donde se iba a celebrar la fiesta cada uno fue colocando su pequeño regalo encima de una mesa, que había en el centro del salón. Éste estaba adornado con globos, cintas de colores, guirnaldas, etc...; pero no había ni rastro de la anfitriona, es decir, de Malanda.
Todos miraban de un lado para otro, sin saber qué hacer. De pronto, Gordita, vio asomar la punta de unos zapatos azules por debajo de una cortina roja.

-  ¡Ajajá... dijo, ya sé donde está! Está escondida detrás de la cortina. 
-  ¡Hola amiga!, dijo Gordita. Pero nadie contestó.
-  ¡Hola!, volvió a repetir.  ¿Estás escondida detrás de la cortina?
-  ¡Sí!, se oyó decir con una vocecita tímida y apagada.
- ¿ Por qué no sales de tu escondite?
- Porque me da vergüenza que me veáis. 
- ¿ Que te da vergüenza de que te veamos? ¿ acaso no eres una niña igual que nosotros?
- Sí, contesto Malanda, pero nunca he hablado con niños como vosotros.
- ¿ Cómo te llamas?, le preguntó de nuevo Gordita.
- Me llamo Malanda.
- ¿ Malanda?, 4 qué nombre más raro!
- Bueno, en realidad me llamo Miranda, dijo la niña desde detrás de la cortina; pero, como soy un poco patosa andando, me llaman A Malanda.
-  ¡Ah, ya!  Eso es como a mí, que me llamo Belinda, pero, como me gusta mucho comer, me llaman A Gordita.
- ¿ Ah...si... tú también tienes dos nombres...? preguntó la niña de nuevo.
 - Sí, contestó Gordita, pero no me importa, porque yo sé que me lo dicen mis amigos  con cariño. Pero a partir de hoy van a cambiar las cosas, a mí me llamarán Belinda y a ti, te llamarán Miranda. Se acabó lo de Gordita y Malanda.  ¿ Te parece bien?
-, contestó AMalanda, perdón... Miranda, sin salir de su escondite.
Todo parecía indicar que la situación inicial iba comenzando poco a poco a ser menos tensa y que Gordita, perdón, Belinda estaba consiguiendo ganarse la confianza de Miranda, por eso continuó preguntándole:
- ¿ Quieres comer algo?
- No. Yo no como casi de nada, dijo ella. No me gusta la comida.
- ¿ Cómo que no te gusta la comida? Tú no has probado mis pastelillos. Te aseguro que están riquísimos. Toma uno. Pruébalo.
 Miranda sacó una mano de detrás de la cortina para coger el pastelillo.
-        ¡Oh...qué mano más bonita!, dijo Belinda.
 ¡Qué dedos más largos! Seguro que sabes tocar el piano muy bien.
- ¡Sí!, dijo Miranda, más animada. Lo toco desde pequeña; en realidad, no sé hacer otra cosa más que tocar el piano.
- Te propongo un trato, dijo Belinda, yo te enseño a bailar y tú me enseñas a tocar el piano ¿ vale?
Cuando Miranda oyó aquella propuesta, se quedó un poco asombrada; pero, poco a poco su actitud comenzó a cambiar. Casi sin quererlo, fue asomando un lado de la cara,  después el otro, luego sacó medio cuerpo... y así hasta que salió toda entera de su escondite. Se colocó muy decidida en medio del salón y dijo:

- ¡Vale!, ¿cuándo empezamos?
Todos los niños comenzaron a aplaudir y a gritar:
-  ¡Bravo!, ¡bravo!
Bailaron, jugaron, rieron, gritaron y se lo pasaron estupendamente durante toda la tarde. 
Desde aquel momento Belinda y Miranda fueron muy buenas amigas y cada una cumplió su promesa de enseñar a la otra. Por eso Miranda se convirtió en una estupenda bailarina y Belinda fue poco a poco aprendiendo a tocar el piano.
- ¡Ah! Y ya nadie más las volvió a llamar Gordita y Malanda, todos las llamaban las princesas Belinda y Miranda.
Nunca más se habló en aquel lugar de la princesa triste y como eran tantos príncipes y princesas, casi todos los días había un fiesta de cumpleaños en alguno de los castillos.

     Y... así ocurrió y así fue, como me lo contaron te lo conté.