Hace muchos, muchos años, en un país muy
lejano, había una región cubierta de grandes lagos y de verdes bosques, donde
cada dos por tres había un castillo y en cada castillo vivía un príncipe o una
princesa.
Yo os voy a contar lo que le ocurrió a
dos de estas princesas:
Una de ellas, había nacido en primavera. Era
rubia, simpática y sonrosada. Le pusieron de nombre Belinda; pero como nació
muy rolliza y además le gustaba mucho comer, todos la llamaban
cariñosamente Gordita.
La otra princesa había nacido un día oscuro y
triste de invierno. Desde que nació no paraba de llorar y nunca quería comer,
siempre estaba triste. Le pusieron de nombre Miranda, pero como era muy torpe
al andar y siempre estaba tropezando y cayendo, la llamaban A Malanda.
Gordita y Malanda vivían
muy cerca una de la otra, pero nunca se habían visto, mejor dicho, Gordita no
conocía a Malanda, pero ésta sí conocía a Gordita, ya que cada tarde se asomaba
a la ventana del torreón más alto del castillo para ver cómo su vecina jugaba,
comía y se divertía con los demás niños que vivían por allí.
Malanda nunca quería
bajar a jugar. Comía tan poco que casi nunca tenía fuerzas para correr y,
además, siempre se caía al suelo cuando lo
intentaba. Tenía miedo de que los demás niños y niñas, príncipes y
princesas se rieran de ella; por eso, se pasaba las tardes enteras asomada a la
ventana, pero sin querer salir a jugar. Sólo le gustaba tocar el piano y, en
realidad, lo hacía muy bien.
Mientras Gordita crecía
alegre y juguetona, Malanda crecía triste y solitaria... y esto es importante
tenerlo en cuenta para comprender lo que ocurrió después.
Cuando
Gordita cumplió 12 años, sus padres dieron una gran fiesta e invitaron a todos
los niños y niñas del lugar, incluida Malanda. Pero, como era de esperar, ésta
no se presentó. La estuvieron esperando durante toda la tarde, incluso le
guardaron un trozo de pastel de tarta y algunos regalos con sorpresa, pero al
final, al ver que no llegaba, decidieron repartírselos entre ellos.
Desde su alto torreón, la triste princesa,
oía las risas y los cantos de la fiesta y ésto la puso todavía más triste. Se
miró al espejo, ella tenía 11 años y lo que vio fue una niña delgadita y
larguirucha. Además, como nunca le daba
el sol, tenía una piel descolorida y pálida. Ella creía que era muy fea y
pensaba que era mejor mantenerse oculta.
Al año
siguiente, cuando Malanda cumplió 12 años, sus padres, que estaban muy
preocupados por ella, decidieron hacer una fiesta con todos los niños y niñas
del lugar, para ver si su hija se alegraba. Hicieron invitaciones que
repartieron por todo el lugar, adornaron el salón más grande del castillo,
contrataron a músicos e incluso a una pareja de Asaltimbanquis@ para amenizar la fiesta... , en fin, todo
estaba preparado a la perfección.
Todos
los príncipes y las princesas, incluida Gordita, se sorprendieron mucho por la
invitación, ya que ninguno conocía a esta princesa. Pero decidieron ir todos a
conocerla y a llevarle cada uno un pequeño regalo. Gordita hizo unos
pastelillos de chocolate, vainilla, fresa y crema, que estaban deliciosos. Todo
el que los probaba, repetía. Otro niño le compró un lazo; otra niña unos
pendientes; otro, una preciosa bufanda...
Cuando
llegaron al lugar donde se iba a celebrar la fiesta cada uno fue colocando su
pequeño regalo encima de una mesa, que había en el centro del salón. Éste
estaba adornado con globos, cintas de colores, guirnaldas, etc...; pero no
había ni rastro de la anfitriona, es decir, de Malanda.
Todos
miraban de un lado para otro, sin saber qué hacer. De pronto, Gordita, vio
asomar la punta de unos zapatos azules por debajo de una cortina roja.
- ¡Ajajá... dijo, ya sé donde está! Está escondida detrás de la cortina.
- ¡Hola amiga!, dijo Gordita. Pero nadie
contestó.
- ¡Hola!, volvió a repetir. ¿Estás escondida detrás de la cortina?
- ¡Sí!, se oyó decir con una vocecita
tímida y apagada.
- ¿ Por qué no sales de tu escondite?
- Porque me da vergüenza que me veáis.
- ¿ Que te da vergüenza de que te veamos? ¿ acaso no eres una niña
igual que nosotros?
- Sí, contesto Malanda, pero nunca he hablado con niños como vosotros.
- ¿ Cómo te llamas?, le preguntó de nuevo Gordita.
- Me
llamo Malanda.
- ¿
Malanda?, 4 qué nombre más raro!
-
Bueno, en realidad me llamo Miranda, dijo la niña desde detrás de la cortina;
pero, como soy un poco patosa andando, me llaman A Malanda.
- ¡Ah, ya! Eso es como a mí, que me llamo Belinda,
pero, como me gusta mucho comer, me llaman A Gordita.
- ¿ Ah...si... tú también tienes dos nombres...? preguntó la niña de
nuevo.
- Sí, contestó Gordita, pero no me importa, porque yo sé que me lo
dicen mis amigos con cariño. Pero a
partir de hoy van a cambiar las cosas, a mí me llamarán Belinda y a ti, te
llamarán Miranda. Se acabó lo de Gordita y Malanda. ¿ Te parece bien?
-
Sí, contestó AMalanda, perdón...
Miranda, sin salir de su escondite.
Todo
parecía indicar que la situación inicial iba comenzando poco a poco a ser menos
tensa y que Gordita, perdón, Belinda estaba consiguiendo ganarse la confianza
de Miranda, por eso continuó preguntándole:
- ¿ Quieres comer algo?
- No. Yo no como casi de nada, dijo ella. No me gusta la comida.
- ¿ Cómo que no te gusta la comida? Tú no has probado mis pastelillos.
Te aseguro que están riquísimos. Toma uno. Pruébalo.
Miranda
sacó una mano de detrás de la cortina para coger el pastelillo.
-
¡Oh...qué mano más bonita!, dijo Belinda.
¡Qué dedos más largos! Seguro que sabes tocar
el piano muy bien.
-
¡Sí!, dijo Miranda, más animada. Lo toco desde pequeña; en realidad, no
sé hacer otra cosa más que tocar el piano.
- Te propongo un trato, dijo Belinda, yo te enseño a bailar y tú me
enseñas a tocar el piano ¿ vale?
Cuando
Miranda oyó aquella propuesta, se quedó un poco asombrada; pero, poco a poco su
actitud comenzó a cambiar. Casi sin quererlo, fue asomando un lado de la
cara, después el otro, luego sacó medio
cuerpo... y así hasta que salió toda entera de su escondite. Se colocó muy
decidida en medio del salón y dijo:
-
¡Vale!, ¿cuándo empezamos?
Todos
los niños comenzaron a aplaudir y a gritar:
- ¡Bravo!, ¡bravo!
Bailaron,
jugaron, rieron, gritaron y se lo pasaron estupendamente durante toda la tarde.
Desde
aquel momento Belinda y Miranda fueron muy buenas amigas y cada una cumplió su
promesa de enseñar a la otra. Por eso Miranda se convirtió en una estupenda
bailarina y Belinda fue poco a poco aprendiendo a tocar el piano.
- ¡Ah!
Y ya nadie más las volvió a llamar Gordita y Malanda, todos las llamaban las
princesas Belinda y Miranda.
Nunca
más se habló en aquel lugar de la princesa triste y como eran tantos príncipes
y princesas, casi todos los días había un fiesta de cumpleaños en alguno de los
castillos.
Y... así ocurrió y así fue, como me lo contaron te lo conté.
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