Pero lo que más, más le gustaba era sentarse a mirar la luna, desde su ventana, antes de quedarse dormida. La niña de ojos de almendra crecía feliz. Sus cuidadoras la mimaban, como al resto de niñas, pero cada noche, al irse a dormir, la tristeza se colaba en su corazón, sentía que algo le faltaba. Por eso, al mirar la luna, le parecía ver en ella una inmensa sonrisa y una mirada cariñosa y protectora que la ayudaba a dormir.
Una mañana de primavera, su cuidadora la llevó a la sala de visitas. Allí, un hombre y una mujer, la esperaban nerviosos y entusiasmados. Se miraron fijamente, se sonrieron, se acercaron despacio y pasaron el resto del día juntos.
Al llegar la tarde, la niña de ojos de almendra, se despidió de sus amigas y de su habitación y de la ventana por donde cada noche veía a la luna...
Pero no se iba triste, había encontrado aquella sonrisa cariñosa y protectora, que le ayudaba a dormir cada noche, en las miradas emocionadas de sus recién estrenados PAPÁS.
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